Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación
El
Santo Padre nos recuerda que los diferentes efectos negativos sobre el
clima tienen su origen en la conducta diaria de personas, comunidades,
pueblos y Estados"
Por: Rocío Lancho García / Papa Francisco | Fuente: ZENIT Roma /14 octubre 2016
Por: Rocío Lancho García / Papa Francisco | Fuente: ZENIT Roma /14 octubre 2016

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).-El Santo Padre pide “no precaución sino sabiduría”.
Esa que “los campesinos, los pescadores, los ganaderos” conservan en la
memoria de las generaciones, y que ahora ven cómo está siendo
ridiculizada y olvidada por un modelo de producción que sólo beneficia a
pequeños grupos y a una pequeña porción de la población mundial.
Recordemos que –explica el papa Francisco– se trata de un modelo que,
con toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos millones de
personas todavía pasen hambre.
Con
ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación, que este año tiene
por tema “El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura
también”, el Santo Padre ha enviado un Mensaje al Director
General de la Organización de las Naciones Unidas por la Alimentación y
la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva.
El
mensaje ha sido leído esta mañana por monseñor Fernando Chica Arellano,
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, con ocasión de la
ceremonia inaugural para la Jornada mundial de la Alimentación,
desarrollada ante la Sede de la FAO en Roma. De este modo, el Santo
Padre en su mensaje indica que el que la FAO haya elegido este tema
lleva a considerar “la dificultad añadida que supone para la
lucha contra el hambre la presencia de un fenómeno complejo como el del
cambio climático”.
Asimismo, Francisco observa que tenemos que cuestionarnos sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva,
“sin recurrir a los fáciles sofismas que se esconden tras los datos
estadísticos o las previsiones contradictorias”. No se trata de
abandonar el dato científico –advierte– sino de ir más allá de la simple
lectura del fenómeno o de la enumeración de sus múltiples efectos.
Reflexionando
sobre las causas de los cambios que están ocurriendo el Pontífice
subraya que los diferentes efectos negativos sobre el clima “tienen su
origen en la conducta diaria de personas, comunidades, pueblos y
Estados”. Si somos conscientes de esto –precisa– no bastará la simple
valoración en términos éticos y morales. De este modo, el Santo
Padre reconoce que es necesario intervenir políticamente y tomar las
decisiones necesarias, disuadir o fomentar conductas y estilos de vida
que beneficien a las nuevas y a las futuras generaciones.
En
esta misma línea, explica que las instituciones tienen un papel
esencial, ya que las acciones individuales “sólo son eficaces si se
integran en una red compuesta de personas, entidades públicas y
privadas, estructuras nacionales e internacionales”.
Por
otro lado, indica que todas las personas que trabajan o viven en el
campo experimentan que, si el clima cambia, también sus vidas cambian.
Por eso advierte de que “su diario acontecer se ve afectado por
situaciones difíciles, a veces dramáticas”, “el futuro es cada vez más
incierto” y “así se abre camino la idea de abandonar casas y afectos”. Y
de este modo, prevalece “una sensación de abandono”, “de sentirse
olvidados por las instituciones”, “privados de la ayuda que puede
aportar la técnica”, así como de la “justa consideración por parte de
todos los que nos beneficiamos de su trabajo”.
También observa
que obtener una calidad que da excelentes resultados en el laboratorio
“puede ser ventajoso para algunos, pero puede tener efectos desastrosos
para otros”. De este modo, Francisco explica que el principio de
precaución no es suficiente, “porque muy a menudo se limita a impedir
que se haga algo”, mientras que lo que se necesita es “actuar con
equilibrio y honestidad”.
Asimismo, el Pontífice pide no olvidar que es también el clima el que contribuye a que la movilidad humana sea imparable. Los
datos más recientes muestran que cada vez son más los emigrantes
climáticos. Por eso indica que ya “no basta impresionarse y conmoverse
ante quien, en cualquier latitud, pide el pan de cada día”. Es necesario
–subraya– decidirse y actuar.
Al
respecto, recuerda que los niveles de producción mundial son
suficientes para garantizar la alimentación de todos, a condición de que
haya una justa distribución.
El
Papa asegura que todos estamos llamados a cooperar en este cambio de
rumbo: los responsables políticos, los productores, los que trabajan en
el campo, en la pesca y en los bosques, y todos los ciudadanos. La
voluntad de actuar –reconoce– no puede depender de las ventajas que se
puedan obtener, sino que es una exigencia que está unida a las
necesidades que surgen en la vida de las personas y de toda la familia
humana.
Finalmente,
el Papa pide que los objetivos recogidos en el Acuerdo de París no
queden en “bellas palabras”, sino que se concreten en “decisiones
valientes” para que la solidaridad no sea sólo una virtud, sino también
un modelo operativo en la economía, y que la fraternidad ya no sea una
simple aspiración, sino un criterio de gobernabilidad nacional e
internacional.
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