jueves, 25 de febrero de 2016

La prepotencia de los poderosos,

La prepotencia de los poderosos, Francisco

La prepotencia de los poderosos, Francisco

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La prepotencia de los poderosos y la Misericordia en la Sagrada Escritura:
Resumen de la Catequesis del Papa Francisco de hoy 24/02/16:
La Biblia habla de los potentes, de los reyes, de los hombres que están “en lo alto”, y también de su arrogancia y de sus prepotencias.
La riqueza y el poder pueden ser buenas y útiles al bien común, si son puestos al servicio de los pobres y de todos, con justicia y caridad. Pero, si son vividas como privilegio, con egoísmo y prepotencia, se transforman en instrumentos de corrupción y de muerte.
Así vemos en  el Primer Libro de los Reyes, capítulo 21,  que narra que el rey de Israel, Ajab, quiere comprar la viña a su dueño llamado Nabot, porque esta viña colinda con el palacio real.
La propuesta parece generosa, pero en el Libro del Levítico se prescribe: «La tierra no podrá venderse definitivamente, porque la tierra es mía, y ustedes son para mí como extranjeros y huéspedes» (Lev 25,23).
La tierra es sagrada, porque es un don del Señor, que como tal va cuidada y conservada, en cuanto signo de la bendición divina que pasa de generación en generación y garantía de dignidad para todos. Se comprende entonces la respuesta negativa de Nabot al rey: «¡El Señor me libre de cederte la herencia de mis padres!» (1 Re 21,3).
El rey Ajab ante este rechazo se siente ofendido él es el rey, el potente, disminuido en su autoridad de soberano, y frustrado por la posibilidad de satisfacer su deseo de posesión.
Viéndolo así abatido, su mujer Jezabel, una reina pagana que había difundido los cultos idolátricos y mandaba asesinar a los profetas del Señor (Cfr. 1 Re 18,4) , decide intervenir. Escuchen la maldad que está detrás de esta mujer: «¿Así ejerces tú la realeza sobre Israel? ¡Levántate, come y alégrate! ¡Yo te daré la viña de Nabot, el israelita!» (v. 7).
Ella pone énfasis en el prestigio y el poder del rey, que, según su modo de vivir, es puesto en discusión por el rechazo de Nabot. Un poder que ella en cambio considera absoluto, y por el cual todo deseo se convierte en orden.

Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo».
Si se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y atropello.
En el episodio de la viña de Nabot. Jezabel, la reina, de modo despreocupado, decide eliminar a Nabot y pone en obra su plan.
Se sirve de las apariencias mentirosas de una legalidad perversa: envía, en nombre del rey, cartas a los ancianos y a los importantes de la ciudad ordenando que falsos testigos acusen públicamente a Nabot de haber maldecido a Dios y al rey, un crimen que se castiga con la muerte. Así, muerto Nabot, el rey puede apropiarse de su viña.
Esta no es una historia de otros tiempos, es también historia de hoy, de los poderosos que para tener más dinero explotan a los pobres, explotan a la gente. Es la historia de la trata de personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja clandestinamente y con el salario mínimo para enriquecer a los poderosos. Es la historia de los políticos corruptos que quieren más y más y más.
El gran San Ambrosio ha escrito en un pequeño libro sobre este episodio. Se llama “Nabot”. Nos hará bien leerlo en este tiempo de Cuaresma. Es un libro de actualidad.
Es aquí donde llega la autoridad sin respeto por la vida, sin justicia, sin misericordia.
Y a esta cosa lleva la sed de poder: se hace codicia que quiere poseer todo. Un texto del profeta Isaías dice: «¡Ay de los que acumulan una casa tras otra y anexionan un campo a otro, hasta no dejar más espacio y habitar ustedes solos en medio del país!» (Is 5,8). Y el profeta Isaías ¡no era comunista!
Dios, es más grande de la maldad y de los juegos sucios hechos por los seres humanos.
En su misericordia envía al profeta Elías para ayudar a Ajab a convertirse.
Ahora giremos la página, y ¿cómo sigue la historia? Dios ve este crimen y toca también el corazón de Ajab y el rey, puesto delante a su pecado, entiende, se humilla y pide perdón.
¡Qué bello sería si los poderosos explotadores de hoy hicieran lo mismo! El Señor acepta su arrepentimiento; sin embargo, un inocente ha sido asesinado, y la culpa cometida tendrá inevitables consecuencias. El mal realizado de hecho deja sus huellas dolorosas, y la historia de los hombres lleva sus heridas.
La misericordia divina es más fuerte del pecado de los hombres.
Nosotros conocemos su poder, cuando recordamos la venida del Inocente Hijo de Dios que se ha hecho hombre para destruir el mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es completamente diverso. Su trono es la cruz. Él no es un rey asesino, sino al contrario da la vida. El dirigirse hacia todos, sobre todo a los más débiles, derrota la soledad y el destino de muerte al cual conduce el pecado. Jesucristo con su cercanía y ternura lleva a los pecadores al espacio de la gracia y del perdón. Y esta es la misericordia de Dios.

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